
Al final el cansancio le pudo, como siempre, como a todos. Se quedó mas que dormido, rendido por el sueño en el sofá. Los reyes de ambos bandos tuvieron tregua, la torre negra, aguardaba el movimiento de las blancas, un movimiento de cualquiera de sus tres piezas. El peón jamás lograría coronarse, el alfil era malo, la posición de las blancas no tenía enmienda, pero en cambio, ambos contrincantes pactaron tablas en esa partida. Se veía fácil, demasiado, que el bando negro, tuvo más que un simple gesto de generosidad. En el tablero se había reproducido una extraordinaria batalla, más que eso: Una hermosa contienda, donde ambos lados derrocharon astucia y tretas de una inteligencia, poco vista en estos lares, teniendo en cuenta que esa partida, fue jugada en un torneo de barrio. Diego gustaba de anotar las partidas de los que él, consideraba buenos ajedrecistas para luego estudiarlas, analizarlas, mirarlas con la lupa teórica de las combinaciones. ¡Ahora bien! cualquiera de las partidas de estos dos conocidos jugadores, satisfacería las expectativas de los aficionados al juguete exquisito, que a fin de cuentas, eso es el ajedrez.
El regurgitar de la cafetera lo oía desde el sofá, y el aroma a café recién hecho, le abrió el apetito. Con cierta gana, o mejor dicho, ansiedad, Dieguito se fue al baño para despejarse con el aseo matutino, y proseguir mas tarde con el estudio de esa partida entre los dos titanes del barrio. Desde la apertura del juego, hasta la final de esa lucha, era toda una lección de táctica posicionad, nada se ejecutó sin evaluar antes las posibilidades, de tal o cual movimiento. Era todo un detalle que ellos, hubieran aceptado jugar en ese torneo de barrio, eso elevaba el nivel de calidad, no siendo fácil, desde luego que no, seducirlos para la participación, en contiendas de este tipo. Tanto Dieguíto, como los demás, deseaban, soñaban, abrigaban la esperanza de si no ganarles, al menos unas tablas. Pero a lo sumo todo lo que se podía conseguir contra ellos es, primero, que te tocase en la ronda, segundo, tener una partida que al menos, duraras los veinte y tantos movimientos, y que tu posición a esas alturas, no fuera un desastre, por que lo normal es, a esas alturas de una partida contra uno de ellos, que tus piezas fueran como el rastro del naufragio, sufrido por un velero después de un huracán en el Pacífico. ¡Pero no! ya que ese record, solo lo poseía hasta la fecha, Antoñito, y ese, ya no jugaba al ajedrez, desde que le dio por otras cosas menos inocentes, digámoslo así. Y de eso hacía ya bastante tiempo.
Ninguna de las continuaciones lógicas que él barajó, daba tablas y mucho menos, por perdida la partida en el bando negro. Así que, estaba bien claro que fue un favor entre ellos. Si, de esta manera, continuaban los dos en la cabecera de la tabla clasificatoria. En el quiosco, los dos miraban la partida, J.J. estaba de acuerdo con Dieguito, era una magnífica partida, si, tampoco veía el motivo de las tablas, salvo, la descarada intencionalidad de que ellos, de este modo, siguieran siendo los primeros de la lista. Sobre el mostrador del puesto, el tablero volvía a reproducir la partida a insistencia de estos dos jugadores, que se tenían por buenos aficionados al juego tabloidal. Intermitentemente eran interrumpidos por la clientela, que acudía a suministrarse, bien fuese de la prensa, el tabaco, o el vaso de vino peleón, que también se surtía en ese tenderete de mampostería y chapa de color verde.
El Sol calentaba el colodrillo de Dieguito, que de pié, con la cabeza inclinada hacia abajo, miraba el tablero. Esto le daba dolor de cervicales, se rascaba con un pie la pantorrilla de la otra pierna, dejándole caer el peso de su cuerpo, de una pierna a otra, sentía alivia. Eran varias las horas que pasaban allí mirando los sesenta y ocho escaques bicolor, discutiendo que movimiento era mejor que otro, o jugándose una coca cola en una partida al ajedrez. No solo de la partida entre esos dos colosos en singular estaban atareados en esos días, sino del ajedrez en general. Juan José descolgó de la negra pinza metálica la revista Triunfo, que pendía del tendedero, junto a otras ,tebeos, periódicos y otras publicaciones, pendían de un cordel como lo hiciera n las banderolas en una verbena. El cimbreo del cordel espantó a varias moscas. Abrió el semanal rebuscando entre las paginas, un reportaje "¿Quiere usted jugar con ellos? El amplio artículo, hablaba del mach entre Boris Spasskis contra Robert Fischer, un acontecimiento que sobrepasaba ya, la mera contienda ajedrecística, para teñirse de política, e incluso en un cúmulo de especulaciones ridículas, en un circo mediático. Vieron que venía una partida del mach, la undécima, recolocaron las piezas sobre el cuadrangular terreno de batalla, Rusia a un lado, USA. enfrente, siguiendo el diagrama, que figuraba en la pagina veintiocho de esa revista semanal.
La pasión por el juego del ajedrez se la inyectaron en vena, casi podría decirse así, por que aquello era ya, mas que una afición, una adicción. El entusiasmo por los escaques se extendía, día a día, cada vez mas por el barrio, no solo en la chavalería, sino que, aquellos que obserban un tablero en acción, pronto se unía al corro, produciéndose una espontánea competición, un Totúm revolotum, donde imperaba la cortesía, con normas no escritas, ni puñetera falta hacía, salvo las reglas propias del juego, que dicho sea de paso, no todos sabían, produciéndose auténticos disparates a veces como, sacar dos peones a la vez, avanzándolos una sola escaques, en vez de adelantar dos un solo peón, como es una opción de cada peón en su primer movimiento. Cosas de este tipo mostraban el desconocimiento real de este exquisito juguete en gente que se consideraban buenos jugadores.Por las tardes, en los aledaños del quiosco, se congregaba la pandilla con varios tableros. Ese lugar era punto de encuentro para los aficionados, no solo ya del barrio, pues resultaba normal la venida de gente a ése punto, desde otros lugares, de otros barrios. A veces el cuadrangular espacio de tierra sin asfaltar, que había frente al quiosco daba la imagen, de un calidoscopio humano, donde los jugadores se reflejaban repetidas veces por múltiplos de dos. El quiosco de la vía, era conocido así, por ese nombre: Quiosco De La Vía, a pesar de no tener cartel o rótulo con ese nombre, solo que La gente, lo diferenciaba este quiosco del otro de mas allá, también verde. El Quiosco de la Vía estaba, a escasos veinte metros de la antigua vía férrea proveniente de La Estación de Jalva, aunque ya era vía muerta desde hacia más de ocho años, al menos. la eliminación de esa línea, para acceder a la Sierra. daría un empuje a la ciudad, económicamente hablando, claro está.¡Cuanta gente perdió la vida allí, en esa dos paralelas férreas, a propósito o por descuido. Hacía tiempo ya que la ultima victima se suicidó allí, cerca del paso a nivel. Resultó ser uno de los barberos, del otro lado de la carretera. hermano mudo que no sordomudo, del dueño de la barbería de la antigua escuela, lugar decadente ya y anacrónico. No duró mucho en cerrar el despacho el hermano del desgraciado, se decía que le dió un ataque de locura. El paso a nivel que antaño cerraba Nemesio con la larga, gruesa y pesada cadena, donde pendían varios señales de tráfico de "Prohibido pasar", sería la frontera entre dos tiempos, la ciudad provinciana y arcaica y la ciudad desarrollada que estaba por llegar. Arrastrada las cadenas por ambos lados, mientras un ensordecedor timbre daba aviso de que el tren estaba por pasar, de manera inminente. Cuatrocientos metros adelante, y en línea recta, otro paso a nivel con barrera, donde se repetiría la misma maniobra. Una vez el tren pasaba, los guardagujas, liberaban el paso a los transeúntes, y vehículos, recogiendo la larga y pesada cadena de hierro. Este monótono trabajo se repetía varias veces al cabo del día, era mas parecido a una condena que a una tarea laboral remunerada. Tal vez de ahi la frase que Dieguito oía asu abuela María "Eres mas torpe que un guardagujas".
Con dos tableros al mismo tiempo, miraba la partida que jugó Arturo Pomar contra el mas grande de entre los grandes, el Miguel Ángel de los tableros, así lo denominó Dieguito, tal vez lo leyera en algún sitio, o tal vez se le ocurrió. Aleckine para Dieguito resultaba ser el faro en el horizonte oceánico del tablero, éste jugador, que murió de cirrosis hepática por su afición al alcohol, era el equivalente a Mozart en la música, lo que el uno representa en la música, el otro lo es en el ajedrez. Sobre Arturo pomar opinaba, por lo poco que sabía de él, que era uno mas de los muchos juguetes rotos, utilizados por el régimen franquista. Ya le había dado dos veces la vuelta al elepé de Francoise Hardy, la solía poner de música de fondo para el estudio de las aperturas. Descubrió a ésta cantante francesa de música pop, a través de su profesora de francés, ella era una enamorada de la época hippie, además su parecido con la cantante Rosa León, resultaba sorprendente, le gustaba su profesora, no solo como profesora, sino como amiga, como mujer, ¿Estaría enamorado de ella y él no lo sabía? La apertura elegida era para el exhaustivo estudio, era el Gambito de rey, tal vez una de las complicadas, pero que en tiempo era muy utilizada en los torneos de empaque. Esto de las aperturas, observó Dieguito, era como las modas, lo mismo lo practicaba todo quisquie, que nadie se acordaba de ella. Se entrenaba fuerte, metódicamente, primero aperturas, siempre la misma, media hora, seguía con los finales, que se empeñó en el estudio de los finales de torre, aquí dedicaba mas de hora y media.
La mamá de Dieguito a veces se desesperaba, porque por toda la casa veía ajedrez, en el cuarto de baño pintó sobre los azulejos un tablero con rotulador, donde mentalmente reproducía el mate de Legal, mientras hacia sus necesidades, la bronca de aquel día, que su madre le echó al descubrir lo pintarrajeado en la pared alicatada recientemente, se lo borró con un paño empapado en agua y lejía, pero volvió a pintar lo mismo, pero esta vez detrás de la papelera, y además con la anotación algebraica incluida. Convenció a doña Leonor que no la borrara, con la mentira de que era una fórmula matemática para el próximo examen de fin de curso.
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El colorido de aquella larguísima mesa cubierta de tapete verde, con los tableros bien puestos, pulcramente las piezas colocadas sobre sus respectivos tableros y hasta los relojes, a cada el suyo, junto con una cartulina doblada en triangulo, señalando el numero del tablero, no cabía dudas eso si que era un campeonato serio y aquí si se jugaba fuerte. Algunos jugadores venían acompañados de sus familiares o novias, pocas chicas habían por allí, con pintas de ser jugadoras de ajedrez. Lo observaba todo, le impresionó aquella puesta en escena, aquella decoración tan propia de un torneo importante, no en vano, era el torneo abierto anual de la Escuela Pía, De La Santa Señal, regentado por unos religiosos.
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