25/10/09

La muchacha semidesnuda




La larga valla de madera que delimitaba al barrio con la fabrica de maderas, le sobrepasaba en altura mas de medio metro. Lo tenía comprobado a ojo de buen cubero, porque era más o menos igual de alta, que la alcayata de donde pendía el mapa físico de España de su clase. Supo una vez que el amarillento y gran mapa estaba colgado a dos metros del suelo, cuando hicieron ejercicios con el Sistema Métrico Decimal, por lo tanto, esa valla era de dos metros de alta. Le gustaba cerrar los ojos y caminar en línea recta,en paralelo a las enfiladas tablas pintadas de verde durante unos segundos. Ya era capaz de seguir sin tropezar un buen trecho, más de quince segundos sin hacerse trampas,él medía esa minúscula fracción, contando mentalmente del uno al quince.
Cuando por las tardes, al regreso del colegio, el sol estaba al otro lado de esa enfilada línea de tablas verdes, y la luz solar penetraba por entre las rendijas, proyectando cientos de sombras oblícuas en el suelo, éstas, parecían hacer una alfombra extendida en el irregular suelo de tierra, alfombra de sombras con bigotes de hierbas, a los pies de aquel cerramiento donde, desde hacía ya años, casi apenas tenía movimiento. Cuando cerraba los ojos, en los párpados sentía los intermitentes golpes de luz solar al pasar por entre los espacios abiertos que dejaba cada tabla entre si, esto hacía que viese una anaranjada luminosidad, le gustaba, el color naranja que el veía podía ser intenso o casi inapreciáble según brillara el astro ese día. Y si alguien se cruzaba con él, podría verlo sin abrir los ojos gracias a la opacidad que recorría entre el colorido fondo.