
El taxi paró en la puerta, del maletero sacaron un paquete de considerables dimensiones, ante la impaciente emoción de Juanito, que abrió la puerta de la casa nunca fechada. Sobre la mesa del comedor, no cabía las cosa que Joaquín iba sacando, así, que lo dejaban sobre el suelo, sobre las sillas, y el muchacho de Madrid, sacaba cosas, muchas cosas dispares; ropa para su tía, libros de varios temas incluyendo los esperados y tan deseados por su pequeño primo, un casi diminuto tocadiscos "Philis", discos de Módulos, "The beatles","Lone Estar" y otras cosas.
Juanito corrió a su habitación con sus libros de lucha japonesa, en tanto que su tía, le ayudaba a ordenar el cuarto donde él, se quedaría ese tiempo de vacaciones, una habitación pequeña pero acogedora, le pareció ayer por la noche, de blancas paredes encaladas, con unas cejillas de color azul oscuro, simulando el zócalo, que nunca tuvo.
Sobre una mesita cuadrada puso en marcha el tocadiscos pequeño, no sin antes, apartar el redondo y rechoncho despertador de cuerda y de horrorosa esfera azul, y ya los ye yés cantaban canciones de amor que nadie entendía, pero que todos tatareaban de manera inconsciente, de conocidas que les resultaban, al poco rato de oírlas. En la cocina, desde el amplio patio, se percibía un apetitoso aroma a comida marinera seguro, que tía Leonor había hecho una cazuela de pescado y marisco. Pronto llegarían los primos del trabajo, y el almuerzo estaría listo, luego como era sábado, irían "con las fresquitas",a pasear en moto él y su primo Manuel, por el puerto para ver los barcos.
No tuvo mas remedio que desabrocharse la correa, allí, en casa de sus tíos, o se comía muy bien, o a uno le entraba apetito, a causa de la cercanía del mar, talvez fueran las dos cosas a la vez.
La modorra le hizo dormirse un rato echado sobre la cama, una vez espabilado de la pequeña siesta, pero sobre todo, después del café, buscó a su primo Manuel. La Derby roja ya estaba preparada para galopar, su primo la había hasta lavado, y sacado brillo, para la ocasión. Joaquín se colgó la cámara de fotos réflex, enfundada de recio cuero, apartó el mecánico brazo del tocadiscos y calló la música saliente del negro y amplio circulo de vinilo.
Ellos estaban agradablemente apoyados, sobre la negra baranda forjada de hierro, que delimitaba el precipicio del muelle de la ría, allí los barcos tan grandes, tan cercas, con esos colores, las banderas de pabellón, las gordísimas maromas que aseguraban desde proa y estribor a esas naves al puerto. Toda una sinfonía de luz, color y olores, olor a pescado, a mar, y sobre todo la sal, que incluso se dejaba sentir sobre la piel de los fuertes y desnudos brazos de los muchachos. La entremezcla de sonidos de los tenues oleajes, a veces rotos por el paso de las embarcaciones ligueras, las inquietas gaviotas, el sordo pero contundente ralentí de los motores, trasladaba a Joaquín a un mundo raro, pero tranquilizador al mismo tiempo, y como ya vivido, aunque él no recordaba casi nada de antiguas experiencias, a pesar de que él había nacido allí, en esa ciudad, y cerca y muy de ese barrio.
Pidieron permiso a unos marineros de abruptas apariencias germánica, que faenaban sobre la cubierta de un buque de mercancías, para subir a bordo y poder así hacer algunas fotos, pero no solo se lo concedieron, sino que visitaron las dependencias de aquel navío, de la sala de maquinas, a los camarotes, a la cocina, puente de mandos, etc. Toda una ilustrativa excursión marinera, que su experto anfitrión, su primo Manuel, explicando cada detalle en un argot muy característico.
Siguiendo la carretera flanqueada a ambos lados de palmeras, y girando hacia la derecha, llegaron a lo Astilleros Españoles, donde se construían los barcos. Se notaba una actividad industrial pujante en todo su alrededor. Según su primo, que era soldador en esa empresa y ya llevaba seis años, pues desde los catorce entró de aprendiz, nada mas dejar la escuela de primaria, que antes, le comentaba, los barcos se hacían de madera, por los carpinteros de ribera, pero desde el año sesenta y siete, se construyen de hierro, y todavía, se recuerda el nombre del primer casco de hierro que se construyó, el "Ana de La Cinta",para ello tuvieron que venir gente especializada de Sevilla, y así, enseñar a los de aquí. Él ya era oficial, de segunda si, ¡pero oficial!, y eso era importante, por que de letras él, no entendía mucho, pero espabilado, si que era sí.
Los dos primo a lomos de la motocicleta que era campeona del mundo muchas veces, (eso podía leerse todavía sobre el deposito), paseaban por la localidad parando de vez en vez, donde se les antojaban, para que el madrileño, de acento finolis hiciera fotos a cosas, que Manuel no le había prestado la más mínima a atención hasta ese momento: Los pequeños botes con sus velas plegadas o recogidas, los restos varados de las embarcaciones, o las barcas recoletas y ancladas a sus pesos muertos, meciéndose suavemente, hombres sentados sobre la arena de aquella pequeña playa, cercana al puente de Santa Eulalia, cosiendo redes, pintando o metiendo estopa a la maderas de las futuras barcas, que se introducirían luego, en los caños de la bahía, llenos de vida, que eran el sustento de tantas gentes.
Esas gabarras con nombres tan propios del argot marinero que sorprendía a este fotógrafo ocasional. Definitivamente estaba disfrutando de las vacaciones. Cuando ya la tarde comenzaba a imponer el ocaso, y éste, tornaba en rojizo cristal las aguas de la de la bahía, decidieron concluir la excursión.
La mirada de Juanito, le recordó que aún tenían en pendiente unos magistrales actos de karate en el patio. Él le prometió a su pequeño primo que sería esa misma tarde, cuando hiciera un kata y alguna cosa mas, con un gesto de cabeza hacia el benjamín le aseguró, que cumpliría con lo pactado. Joaquín entro su cuarto, se echó sobre la cama para descansar un poco, al rato se quedó dormido.
Talvez fueran las moscas o el sopor que trae consigo, la caída definitiva de la tarde, pero el caso, es que se despertó con los brazos sudados y la frente pegajosa, los pliegues de la colcha, le dejaron marcas lineales, sobre todo, se le notaban en la mejilla izquierda, la siesta había sido reparadora.
Calentó unos minutos los músculos, con una breve gimnasia, hizo estiramientos y tomó una posición de alerta, con los puños cerrados ala altura de las caderas, luego, con extendió las manos abiertas sobre sus muslos, inclinando la cabeza a modo de un sumiso saludo, gritó ¡Jyuroku!.
Sus movimientos eran fluidos y fuertes, a veces secos y penetrantes, se veía la potencia de los golpes al vació, un resuello que salía de sus pulmones de vez en cuando, un grito contundente, aparentemente espontáneo, que salió mas que de su garganta, de su alma, no de manera incontrolada, sino conciente.
Sus movimientos imprimía una energía devastadora que asombraba a Yabata, embelesado viendo al luchador, contra sus imaginarios enemigos, desde la puerta entreabierta que accedía al patio. Tan solo duraron unos treinta segundos, ese combate contra nadie. El karateca tomó de nuevo la posición de yoi y tras saludar reverencialmente inclinando la cabeza un poco hacia delante, soltó aire por su boca semi cerrada, de manera suave y se le oyó decir "uusss", volviendo así, a un estado de calma.
Volvió a repetir el saludo casi de sumisión y esta vez gritó ¡Bassai Dai!.
Con fugaz velocidad se desplazaba de izquierda a derecha, de atrás hacia delante, girando rápido y parándose unas décimas de segundos, sus posturas daban el aplomo de un samurai, observándose el total control de sus movimientos, la sincronización de sus golpes al vacío, mostraba la fuerza de unas caderas entrenadas durantes mucho tiempo, dejando entrever una musculatura abdominal sorprendente. Para Juanito, la personalidad de ese primo, tan fino en el habla, e instruido, se desdoblaba en otro ser: fuerte, y vigoroso, que infundía respeto, cuando ejercía de karateca.
Al terminar se le veía ligeramente cansado por la excitación del ejercicio.
- ¿Eso es un kata?
-¡Aja!, si señor eso era un kata y lo otro, también. Respondió jadeante buscando aire- El primero se llama "Jyuroku" y el otro, "Bassai Dai", ambos katas son denominados superiores.
Entró en la casa, dándose cuenta que había sido observado por sus familiares, nadie dijo nada, pero esa situación a él, le denotaba la fascinación de ellos.
_ Voy a ducharme. Dijo casi ruborizado, al saberse admirado.