
Dice Pepe villuela el popular actor, pero también escritor que “Escribir no es mas que hablar” yo supongo que si, que es eso, que cuando escribes, le hablas a alguien que nunca llegaras a conocer.
La memoria se diluye con el pasar del tiempo, las imágenes las ves como a través de un visillo, difusa, se distorsionan a veces. Los episodios ya sean de tu infancia, juventud o madurez se engrandecen o empequeñecen, lo que antes era virtud y te resultaba bonito, agradable, ahora no te gusta tanto,
Hace unos días con el afán de recopilar viejas fotografías semi olvidas de la familia, y tras el esfuerzo de escanearlas para hacer un archivo familiar, tuvimos mi hermana, su marido, mi mujer y yo una en su casa, una larga charla. Recordamos cosas de nuestra familia.
En esa visita con motivo de pasarle unas películas de Berlanga, se trató de hablar sin nostalgia, pero…a veces la inevitable memoria te lo impide.
Esto hizo que al llegar a mi hogar con las fotos a escanear que mi hermana me cedió, hizo que yo pensase rápido, en hacer un balance de mi vida.
Este balance imaginario, este boceto, rápido de mi vulgar biografía, no me salía muy alegre, ¡no!
En mis fotos, es decir donde yo aparezco, asoma una especie de tristeza. y en realidad había motivos para ellos. Cuando mi hermana contaba cosas de nuestra vida, lo hacia sin rencor, sin disminuir o aumentar y su importancia en lo acontecido para nosotros en aquella fecha. Yo siempre he sentido ser de los familiares de segunda categoría, los de Segunda División en el clan de los Costa.
Pero me niego hacer de esto un panfleto seudo dramático, como en el siglo decimonónico escribiera Charles Dickens.
Las cosas han cambiado, todo esta mucho mejor de lo que yo mismo esperaba recoger de esta vida y también hay vivencias hermosas que deben ser recordadas, es bueno recordar todo, pero durante años estos recuerdos que venían a mi cabeza me parecía que requerían venganza, hacia quienes tanto nos ningunearon, menos preciaron, al menos no olvidar y no perdonar.
No perdonar aparte de ser una contradicción cristiana, (yo no soy religioso practicante pero si creyente) pero la doctrina católica impuesta en este país por cojones dejó huellas. Pues como decía, que el que no perdona a quienes en su momento nos hicieron la puñeta debe ser insano.
Los recuerdos mas repetitivos de mi in infancia es el abandono por la mañanas a las puertas de una Miga, una especie entre guardería infantil y preescolar, que era frecuente en aquellos años. Allí me dejaba mi abuela María con una torta de aceite marca Inés Rosales, yo les veía marchar al bar de Los Amarillos donde ellos tomarían café con churros calentitos y ella su consabida copa de aguardiente, a él, a mi primo Rafalito le dejaría en el colegio una vez abierto éste, eso se repetía todos los días, el frío del invierno se cebaba en mis manos y en mis piernas y en mis orejas, que me dolían a veces. No se porque los niños de aquel tiempo debíamos de ir de corto, o al menos yo, ¡cuanto echaba de menos a mi madre que estaba en Zalamea La Real,
El motivo de estar con mi abuela, fue al menos eso creo recordar, que estando mis padres en el pueblo de Zalamea la Real, donde tenían una churrería freiduría abajo y la vivienda arriba, llegaban a la capital, de vez en cuando para echarle un vistazo a la casa. Se ofreció mi abuela paterna aque yo me quedase allí un tiempo con ella y mi primo rafalito, que era perpetuo inquilino, ojo derecho de ella. Y listo muy listo, inteligente, y preferido de ella.
La verdad es que lo pasaba con mi primo estupendamente, la fantasía infantil brotaba del manantial de nuestros cerebros a borbotones incesantes, toda la casa para nosotros y los terraplenes del barrio o cercanos a éste, los escenario de los maes de China, castillos medievales, o planetas a colonizar.
Cagábamos fuera en la calle, no nos permitía mi abuela hacerlo allí en su casa en water. Ellos dormían juntos en la cama grande y yo pegado a ese lecho sobre dos o tres, sillas de tijeras ya no estoy seguro. Con una manta redoblada, para darle un grosor que no me molestase la espalda, al amanecer mi abuela repetía siempre lo mismo –¡Arriba que arriba está Dios! Y veía el la dorada luz, penetrar por la polvorienta estancia, flotando las inquietas partículas encerrado en un haz luz, que a mí medaba alegría.
Nos lavábamos la cara en una palangana del patio que ya tenia el agua del dia anterior, fría, muy fría, eso era bueno para no se que. El caso que toda incomodidad era buena para algo, de allí camino a la miga y ellos al café. Yo torta de Inés Rosales en mis manos y – No te muevas de aquí hasta que llegue la señorita. Frente a mis ojos la plaza de abasto de de La Merced, el trajín de lo viandante que se extrañaban verme tan temprano en el portaron viejo descuidado de lo que antes fuese un cuartel de policía o de la guardia o de lo que fuese. Aquellos respiraba decadencia, en mi alma el abandono.