Cuando me diasnogticaron que el Linfoma del manto, aparte del mazazo emocional, y todo eso conlleva ser consciente de la gravedad, que se te avecina, procuré, no venirme abajo mas de lo que me imponía el largo proceso de la terapia a base de agresiva química, y sus posteriores periodos de recuperación. Pero pasemos de esto, el caso es que mi tiempo, todo el tiempo del mundo, me dio para varias cosas: una de ellas, este poemario, del que dejo la portada. Lo llevé al Servicio de Publicaciones de la exma. Diputación Provincial y allí se limpiaron el culo con él -supongo-unos señores muy eruditos ellos. Traslado la portada, como decía, la presentación (tal cual la envié) y solo tres poemas a modo de muestras.

portada
"... Este analfabeto académico, autodidacta, y polifacético activo Antonio costa, entre otras cosas pínche de cocina, vendedor de libros a domicilio en su juventud, co-fundador de la revista cultural "Halhami" que se vendía fotocopiadas, en los institutos, bares, etc., juntos a otro que ahora son conocidos personajes, -o personajillos según se mire- de nuestra sociedad. Colaborador en la extinta emisora "Onda tres radio" co-fundador de diversas asociaciones, (vecinales, juveniles, sindicales, deportivas...) Decide escribir este volumen, a partir del mucho tiempo que le da su condición de enfermo crónico de linfoma.
Animado por sus familiares, conocidos, y vecinos, peo sobre todo; por que le da la gana. Lo mejor de esto, sn duda alguna, es que al autobús, menos se entera de lo que lee, (cosa que hoy parece casi imposible, que es lo que nos cuenta el "erudito" de turno con excesivas ínfulas de intelectual).
¡Así, que no sea torpe! y lléveselo, porque seguramente no tendrá otra oportunidad, no habrá ediciones, perdería la oportunidad de disfrutar de una amena lectura, en la consulta médica, en la cola del autobús, o donde a mí mas me gusta hacerlo, en el baño..."
Una mañana de Grieg
Se nos anuncio una primavera,
Por el ancho ventanal,
Que da al ventanal.
Dos jilgueros nuevos,
Danzan sobre una rama abotonada.
Tu cuerpo cubriéndose de oro,
Tu cuerpo hermoso y desnudo.
¡Todo tu cuerpo, todo!
Yo, mirándote.
Desde este anulo oscuro.
Lleno de sensaciones nuevas,
Colmado ya de placer,
Viéndote beber las primaveras,
Que aun te quedan por nacer.
Allá, la música lejana y dulce,
De aquel muchacho, bajo el limonero,
Haciendo sonar su flauta,
Que a ti, mi amor me unce.
Yo escribía versos
A la orilla del Tinto
Yo ha arena hacia poesías,
Y salían solas…
¡Ellas solas salina!
Con la facilidad con se mecen,
Las barcas sobre la bahía.
Por que estabas tú, mi amor,
Vestida de blanco…descalza,
Y ausente de dolor.
Al verte mimosa caminar,
Sobre la arena de río,
Tú, alegre me mirabas,
yo, versos te escribía.
Buscando nuevas palabras,
Como peces buscan,
Como los aguerridos pescadores,
En mis deseos descubridores,
De nuevas definiciones,
Absorto, yo estaba,
Componiendo para trovadores.
Oyendo tu risa y la nana,
Que te cantaban las olas.
Tú, envuelta de blancos y azules.
Contando conchas y caracolas.
La caracola
Salvador rueda tenia una caracola,
Que vigiló su infancia y adolescencia.
Yo, también la tenia;
Ahora, vagamente la recuerdo:
Si, recuerdo su ausencia.
Caracola, que llegó a mi casa,
Bajo el brazo de mi padre.
Su lugar y su trono,
¡Por decreto maternal!
¡El aparador, el mejor lugar!
Para podernos observar.
¡Que hermosos destellos rosados!,
Te regalaba mirándola al trasluz.
Su blanqueada nácar,
Cuando la mirabas tú.
Bella, pomposa y arrogante,
Sabedora de su privilegio posicional,
Exótica belleza sin igual,
Mimada pieza intolerante.
¿Dónde fue a parar ese marino pardo,
Que siempre mudo, a todos nos oía?
Presidía la estancia noble,
De mi humilde casa.
Hogar de honrados laboriosos,
Donde la vida, tan solo pasa.
Todo el olor de la marisma,
(Donde mi casa estaba)
Lo guardaba La Caracola,
En su pétreo tirabuzón.
Ni aspergidos embravecidos,
Ni rumores de oleajes, yo le oía,
Tan solo en verano, a las moscas,
Que en ella entraban y salían.
¡Ya no ejercía de fonógrafo de mar,
Parecía tener escrito su epitafio.
“Ya me he muerto, ya no puedo hablar”
Ese coralino espírico,
Guardaba en su concavidad;
Mis llantos, mis risas,
Mi infancia, mi felicidad.
También el tarareo alegre,
Que mi madre cantaba, llegó guardar.
Ella, barriendo, fregando…
Siempre, con su delantal.
En el interior de esa concha,
Como serpentina marina,
Se guarda gran parte,
De mi vida taína.

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