1/6/09

la Rompeplatos


-¡Que si mamá! que es el verde, el que tiene lo que raspa por un lado, y la esponja por detrás, ¡ya lo se!... El que tiene la forma como redondeada, no, ese no, el otro, el cuadrado. ¡Que no soy tonta, que estoy harta de velo en la cocina. Le decía su hija aguantando la puerta entre abierta de la calle, a su mamá, Laura Lía Luciana la triple “ele”, según su marido cuando la quería cabrear. La niña cerró la puerta resoplando, como diciendo: siempre lo mismo ¡que pesada! Laura Lía Luciana, Mujer que rompía platos, con tal facilidad, como adjetivos incalificables, suelta la boca de un comentarista deportivo en una tarde de domingo. Se reía sola Laura Lía Luciana de las cosas que le pasaba a ella, se reía mientras fregaba los cacharros con su delantal de plástico con la Daysi, la novia de Mickey Mouse, pintada en la pechera, llegó una vez a pensar seriamente, si ir al médico, es decir al psicólogo, por que eso sería cosa de esa especialidad. Pero que ella era normal, ¡vamos, de eso estaba segura! ¡a ver! casada, con una hija, un marido trabajador y dando perejil a la vecina cuando venia (que era muchas las veces que lo hacía y no solo ya, por el perejil) ¡Esa! si esa vecina, ¡la misma! por la que aquel viernes se dejó convencer, sí, por la pedigüeña de María Pía, que así se llamaba, y entró por primera vez en su vida a un sex shop, por que a María Pía le daba vergüenza entrar sola, o con otra que no fuera ella. María Pía,¡que contradicción de nombre, pera una mujer tan despendolada.
Al final salieron de la tienda igual como entraron: con risa nerviosa de vergüenza, por si se encontraban con algún conocido o conocida. -¿y eso era malo? No, ¿No? ¡Ea! se decían ellas misma para auto convencerse de la naturalidad, que eran ya estos establecimientos, en cualquier ciudad moderna. Laura Lía Luciana compró un pene de silicona de color rosa insultante y unas bolas chinas de las que hace ya mucho tiempo, oía hablar. María Pía compró el mismo pene, es decir: el mismo modelo, pero en negro y una talla algo mayor, o al menos eso parecía debido al efecto óptico. Riéndose de las cosas mas tontas que comentaban entre ellas, se alejaron avenida arriba y entraron en el Mercadona, para comprar sobre todo champú, desodorante, pero sobre todo ,calcetines por que a la niña ya le hacia falta algunos, la puta lavadora tenía la costumbre de comerse uno de vez en cuando, y no había manera de recuperarlos, ¿donde coño se meten los calcetines? Eso si que es un expediente “X” Al salir del establecimiento, pitó la alarma, esa especie de columnas enfiladas en horizontal, encendió unas lucecitas rojas, pero no le hizo caso, por que al entrar sonó también.-¡Oiga señora! Sonó una voz autoritaria pero educada al mismo tiempo.- ¿Me enseña por favor la compra y los tickets de caja? mas que una pregunta era un imperativo, ella roja, de vergüenza y nerviosilla le dijo que si, abrió las bolsas de plástico y le enseño la compra. -¿Ve? aquí está y estos son los tiques que están ahí abajo de los calcetines. Decía ella al segurata de los cojones (esto lo pensaba ella) acomodándose el bolso debajo del sobaco, bolso grande con dos aros amplios a modo de asas.-¡Sí, sí, sí, ¡eso esta bien! pero a sonado por algo que hay dentro del bolso. Las rodillas no le sostenían de pie, y la frente le sudaba de momento, queriendo controlar la situación, trataba de explicarse diciendo que no había nada robado, pero ante la impertérrita actitud del sabueso cabrón ( eso pensaba Laura Lía etc.) no tubo mas remedio que abrir el bolso y mirarlo bién visto todo hasta que el cabronazo de chaqueta amarilla se convenciera, que lo que sonaba era una pegatina metalizada en una cajita de pastico luciendo un hermoso pijote ortopédico, que en el único sex shop de toda la zona donde lo adquirió, no le habían quitado el reclamo alármico (palabra que se me ha ocurrido a mi, ahora mismo). La gente de alrededor, que en estos casos haberlas las hay siempre, eran de todo tipo: quienes se reían del caso, hasta quiénes se compadecía de la pobre mujer en esa situación, y que no sabía donde meterse, pero que cuando encontrara el lugar adecuado, lloraría tremendamente, eso lo sabía ella que lo haría ¡digo!.
El marido no cesaba de reír cuando Laura Lía Luciana, le contó la desventura, el muy imbécil se reía, en vez de compadecerla se ría, el tonto, que eso que es lo que era, ¡tonto! Y monótono en la cama, monótono como lo es el fregado después de cada cena, de cada comida, monótono como pasar el cepillo diariamente a la casa. Ni siquiera tuvo la delicadeza que agradecer ese gesto de valor, de desinhibición que ella, ¡mujer casada!, quiso aportar una novedad a las relaciones sexuales, ¿pero donde se ha visto que un hombre sea agradecido con su mujer? Encima del sofocón del súper, de la risa tonta, insultante diría ella, el marido quería probar lo novedoso del juguete sexual,”Pepito” lo llamó el muy iEn fin! Sin saber como, ella accedió porque, desde luego no estaba para ese humor esa noche precisamente.
¡A ver!, seguro que le has puesto las pilas al revés, por que las mujeres para eso no aprendéis nunca. Decía su marido.-Pues mira tú aquí el ingeniero éste, que a lo máximo que ha llegado hacer en casa, es cambiar una bombilla. Eso es lo pensaba ella pero no lo decía solo le miraba como manipulaba el juguete erótico, como tocaba y retocaba, lo miró y remiró, hasta que como en el cuento del burro flautista, aquello sonó como una avispa en un cucurucho de papel, y vibraba.-¡Je, je! rió él todo resuelto, y satisfecho con su pequeña ración de ego. -¡Si! ¡Si, ya está… ¡Pues no! Esto otra vez se ha parado. Dijo ella cansada del puto chisme. El artefacto de silicona rosa imposible, pasaba de mano en manos de la pareja como la escoba en el baile, del concurso en la verbena del barrio. ¡Pues déjalo ya! mañana lo descambias y que te den el dinero. Propuso su marido (mas que propuso: impuso)- ¿Yo? ¿Y porque yo, y no tu espabilado?-¡Eso! Me presento allí y le digo ¡buenas! Que mi mujer compró este pijote de goma y no funciona. ¡Ala! Espetó sabiendo que mejor excusa no había, para librarse del engorroso encargo.- ¡Shissssss! La niñaaa… avisó en voz baja, pero con energía.
¡No! no había toallas en los percheros, eso no era nuevo, ¡que va! eso era un día no y otro día también no. A tientas buscó algo con que secarse, y lo halló, al menos se secó la cara con la sudadera que encontró sobre el bidé. En el ultimo de los tres cajones de esa hilera, el único cajón que le dejó su mujer de los seis, buscó los calcetines, que parecieron saludarles felices al abrirlo, saliendo por fuera como unos muelles, de lo apiñados que estaban, todos desparejados claro está. En la puerta metían prisas, todos los días la misma escena, casi el mismo diálogo, y en la cocina el olor de siempre a tostada casi quemada. Por el patio de luz del bloque, se oía al cabronazo del perro del no menos, cabronazo vecino, que ya lo dejó encerrado, por que él, tanto como su señora esposa (¡que asco de tía!) siempre tan estirada, ya habrán salido a trabajar. A cada timbrazo de llamada en el portero automático, bien sea del cartero, del de la publicidad de los cojones, o de quién se le ocurra tocar los botones del aparato, el perro ladra, pero no es ladrido suave, ¡no! son de esos que suenan graves, que si estás cerca del chucho, te vibran en el estomago como el retumbar de los tambores de Calanda. Antes de salir de casa, sonó el ¡tangaling! ¡crass! de otro plato, u otra fuente o lo que quiera que fuese echo de vidrio o porcelana, eso indicaba rotura de una pieza de la vajilla, ésa onomatopeya, era muy conocida por él, ¡bueno! por él y por todos los inquilinos del piso. No había manera de comer un día, con todas las piezas a juego, esa mesa era lo equivalente a la ONU, solo que, en lo tocante al menaje de hogar, había piezas de todo los colores. Antes de cerrar la puerta dijo:- ¡Adiós, me marcho al trabajo! Y como no esperaba respuesta de despedida, cerró bajando las escaleras, sin molestarse en averiguar si funcionaría el ascensor. ¿Para que? Seguro que estaría estropeado como casi siempre. -Así hago ejercicio. Se decía para auto consolarse.
Desde su portal al gimnasio, habría escasamente, trescientos metros, ¡si! Mas o menos, y ni uno solo, se le escapó, los vio todos, todos los culos de señoras que enfundadas en sus mayas, de marca por supuesto, fueron visionados y catalogados por él. Los clasificaba por categorías: éste respigón, aquel de allá escuchimizado. El otro de allí, caído, este de aquí este de aquí, ¡mmm madre mía! ese que hermoso culo ese si que…Pensaba en su catalogación culera. -¡Quillo! A donde vas tan pensativo, hombre, saluda a la gente. Le dijo un conocido, porque éste no era amigo, solo conocido, -¡Buenos culos ¡digo… buenos días, voy al trabajo, no como tú, Que desde que entraste en la empresa esa, has cogido la baja laboral catorce veces. Respondió, cansado ya de verle tantos días de esquinero, catalogando tetas, por que a éste, lo que le gustaba más eran las tetas.
Su jefe del almacén de ferretería, no le puso ninguna pega, claro que no sabía exactamente para que necesitaba media hora, o tres cuarto. Por que la excusa que le dio a su encargado, fue, que acompañaría a su mujer ha hacerse una resonancia magnética, que a ella le daba cosa ir sola.Entro en el sex shop, y de manera muy tímida y en voz baja, muy baja, le dijo a la dependienta que ese chisme no funcionaba bien, que le devolviera el dinero o que le diera otro. Se lo tuvo que repetir de nuevo, por el pudor no le dejaba vocalizar bien. La dependienta, ¡que nones! Que lo probaron allí, que allí se prueba todos los artículos antes para evitar eso, precisamente ¡Y que no! Además eso ya estaba usando, que como eso es cosa muy intima, no iba ha aceptárselo. –Pero… pero como vamos a saber, si esto funciona bien, si no lo usamos señora! Ya, las venas del cuello se le empezaban ha hinchar, y la voz le subió dos tonos, o tres. Al ratito, entró un negro en camiseta negra de tirantas, que no podía retener una exagerada musculatura, pendiente en la oreja izquierda, y un hombro amplísimo, tatuado, mirando por las estanterías como el que entró allí en la tienda, por casualidad, -¡Vamos hombre! Pensaba el marido de la rompeplatos. No sabía disimular nada ese matón de portero de discoteca. ¡Eso si! No dijo nada el hombre, ni mú. Exigió una hoja de reclamaciones, se la dio la dependienta previa llamada telefónica al dueño. -¡Ya verán ustedes, por que cuando yo me pongo, me pongo! Y conozco mis derechos. Amenazaba ese hombre con toda razón, ¿Cómo se sabe, si un juguete o lo que sea, funciona bien si no se usa, si no se utiliza? Calle abajo con el juguete erótico envuelto de mala manera en una bolsa del El Corte Ingles, para disimular, bajo el brazo, pensaba: - ¿Cómo coño voy yo a llevar una hoja de queja a la Oficina Consumo? _¡Miren ustedes!, traigo un pijote de goma que no me funciona, y no me lo cambian por otro en la tienda donde lo compré, ni me devuelven el dinero. ¡Pues menuda chufla, se montarían a mi costa! Sus pies como parte autómata de su ser, le llevaron de vuelta al trabajo.
Toda, pero lo que se dice toda la culpa, la tuvo esta vez, el reponedor del súper. Sí, ¡porque a ver! ¿A quién se le ocurre poner esa pirámide de latas de piñas en rodajas, de por lo menos tres metros de alta, casi en la esquina? ¿he? pues al él, al niño del súper que está en la edad del choco, la del pavo que se dice por ahí. Algunas latas rodando llegaron hasta la cajera, que no disimulaba su risa, al ver el desaguisado. Todo el suelo del pasillo, estaba de latas de piñas desparramadas tanto a lo ancho como a lo largo, el impacto del carrito que ella empujaba con prisas, fue lo suficiente como para no dejar mas, que el escombro, de lo que hacía unos minutos antes era una artística torre enlatada y amarilloide que anunciaba la oferta de la semana. Laura Lía Luciana se llegó a preguntar en ese momento, ¿Qué hago las recojo? ¿O me hago la cliente ofendida? giraba la cabeza mirando a todos y a todas las presentes, que igualmente la miraban a ella,¡joder cuanta gente! pensó y trataba de darse a entender, sin pronunciar palabra alguna, solo encogiéndose de hombros, y sintiendo calor en su rostro, ese calor que delata tu sentido del ridículo, viendose a si misma como en el fotograma de una escena cómica. Ni las frases hechas a las que solemos recurrir, para estos casos, fue suficiente para soslayar las entupidas risitas de alguien, que no pudo o no quiso saber quien era.
La niña se reía, ¡si, ya ves! No sabia casi sonarse la nariz aún y se reía, de lo que su madre contó durante la comida, su marido chicheaba pidiendo silencio por que no le dejaban oír las noticias, la del fútbol, claro está, en casa no se hablaba cuando se veia la tele, la tele se veia a cada rato,en esa casa el ¡Sssiss que no menterodeloquedicelatele! era la frase mas oida durante el dia.medio en clave Maria Lia hablaba en clve con su marido para que la niña no pillara el hilo del tema,-¿Descambiaste eso? El que? ¡ha! Si, si claro,pues menudo soy yo ¡vamos! ahí lo tienes en la habitación.

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